Puedo sentir cada paso que dan. Sus pisadas resuenan entre las paredes de la cueva. Caminan despacio, atentos a todo lo que se mueve a su alrededor.
El agua gotea del techo, los murciélagos revolotean cuando el pequeño grupo se acerca, la antorcha chisporrotea y el correr de mil bichos impiden que los soldados puedan concentrarse en su camino. Cada movimiento resuena en el silencio de la cueva, las armaduras y las espadas colgadas al cinto al moverse golpetean entre sí.
Han alcanzado el último arco. Yo estoy al cruzar el umbral. Les estoy esperando.
Voy a dejar que lleguen a mí, algo muy poco común, pero he tenido una idea que puede ser muy interesante, así que quiero verles en persona. Puede que, al fin y al cabo, su intrusión me proporcione algo bueno.