-¡Monstruo! -grita Krugen y se lanza a tratar de placarme, pero yo lo aparto con un simple gesto de mi mano utilizando mi magia. Me giro hacia él.
-Por fin solos. -le digo con una sonrisa mientras el soldado paralizado cae al suelo desangrado.
Para ti tengo preparado algo mucho mejor. Tú vas a ser mi siervo, pero un siervo especial. Eres fuerte y muy bueno con las armas, así que serás mi mano derecha.
-Nunca te serviré a ti, monstruo, antes prefiero morir.
-Pues muérete, no me importa. El arte de la nigromancia hace que el proceso sea realmente sencillo. Pero no tienes nada que hacer, las armas se han deshecho y no serás capaz siquiera de salir de esta cueva sin que te atrape. -me agacho frente a él. -No, creo que no vas a tener ni fuerzas, estás demasiado agotado, ha sido un viaje muy largo.
Le pongo la mano en la frente y entre gritos de dolor, se levanta y le llevo a un altar que tengo bajo un haz de luz. El general se tumba y le aparto la mano, liberándole de los dolores que le estaba provocando.
-Ahora va a ser doloroso, pero no te preocupes, no durará mucho.
La cueva de la sangre 